Es muy común que los seres humanos añoremos las cosas del pasado, pensando que «eran tiempos mejores», y así generación tras generación vamos pensando que «antes», era mejor que «ahora». No quiero que lo que aquí exprese se sienta así, pero es inevitable la comparación. La tecnología ha hecho todo diferente.

Estoy pasando por una etapa de soltería buscando dejar de serlo y en mis años de vida, jamás lo había vivido tan complicado como lo estoy viviendo ahora, la era de las aplicaciones cambió las reglas del juego para siempre y lo ha convertido prácticamente en un laberinto sin salida.

Empecemos por tratar de entender que pasa, al entrar a una aplicación de citas, te encuentras con un mar de opciones, opciones que se supone están ya segmentadas por ciertos elementos como la edad, ciertos gustos, etc. Dentro de esas opciones, vas eligiendo cual sí y cual no, juntas los famosos «matches» y esperas que si hubo un click, habrá un siguiente paso, ahí nace el primer engaño, gran mayoría de gente hace «match», parece que lo hace solo por hacerlo, quizá para alimentar su ego y sentir que tiene muchos, no lo sé, pero después de hacer match, no solo no escribe un «hola», si no que ni siquiera contestan un «hola», ahí vendría el segundo filtro, del cual hay que desenganchar a muchos. Luego vienen los que si te contestan el «hola» y al continuar la conversación, jamás llegará una segunda respuesta, más desenganchados, y ya si tienes suerte y la conversación prospera, al tratar de indagar sus fines de estar en esa aplicación, te topas con el mundo de la ambigüedad y la falta de claridad: «no sé», «lo que sea», «conociendo», «a ver qué se da» o de plano «nada»… OMG!

Si después de todo este desenganchamiento logras prosperar con alguien y que la conversación fluya, parecen tener gustos afines, metas afines, y hay una atracción, puede, y fíjense que digo «puede», que llegue a darse una cita, una entre mil intentos… jaja

La cita famosa, finalmente y después de tantas horas invertidas en la dichosa aplicación, tienes una cita, todo fluye bien, al parecer se gustan, platican, pasan hasta tiempo de más juntos, incluso hasta se besan, y termina todo indicando una posible pero visible continuidad. Al siguiente día saludas, deseas bonito día, fluye la conversación, en la noche, bonita noche, igual fluye, y esperas que ahora sea la otra persona la que muestre el interés, siga jugando cual partido de tenis, en donde lanzas la bola y esperas el saque y… nada, cero respuesta… OMG!

Si esto fuese un hecho aislado, diría, ok, ve tu a saber que le pasó por la cabeza a dicha persona, de donde pueda nacer la incongruencia, pero no son hechos aislados, son patrones repetitivos de conducta, situaciones que en el pasado, no se vivían así.

Entonces surge la duda, ¿seré yo o de plano ya todo cambió? Tiendo a sentir que es más lo segundo, me voy a aventurar a pensar que en ese mar de opciones, te pierdes pensando que siempre habrá uno mejor, alguien más alto, más delgado, más guapo, que la tenga mas grande, ve tú a saber, pero al parecer nunca nos vamos a «conformar» con nada, porque estas benditas aplicaciones nos van a prometer algo mejor, algo que jamás llegará justo porque no estamos haciendo nada para que esto suceda, a pesar de tener todo el menú enfrente, nunca podremos decidir que pedir, ya que todo se nos antoja y tristemente nos quedaremos con hambre y sin cenar.

Al final de cuentas, pues no puedo controlar si los demás cenan o no, pero yo si quiero cenar y elijo que cenar del dichoso menú y al final de cuentas, solo me dan un bocado, si es que si quiera llegan a darlo… bendito amor en los tiempos de Tinder.